Irina Hirondelle
Irina Hirondelle nació en Madrid, y haciendo justicia a su nombre artístico, no ha parado de viajar alrededor de su tierra y la naturaleza que la rodea. Cuentos, leyendas, mitos, todos aquellos lugares que visitaba tenían una historia que la cautivaban y la atrapaban; una nueva cuenta que añadir a su collar de historias, o como ella misma dice “una nueva obsesión”. Su padre, con el que comparte esta pasión y consciente de este interés desde niña, no tardó en llevarla a la biblioteca, lugar que esta artista sigue visitando e intenta rendir pleitesía al menos una vez por semana.
Esta artista reconoce que “El último de los mohicanos” de James Fenimore Cooper, fue la chispa que avivó su pasión por la cultura e historia nativo americana. Como un ave migratoria, Irina va volando entre historias, folklore y rincones ocultos de los que hace su hábitat natural, y de donde encuentra la inspiración para su trabajo. Fue alumna de la ESDIP Escuela de Arte de Madrid donde se especializó en ilustración, y desde entonces, ha estado ligada al mundo editorial trabajando en proyectos para diferentes editoriales, aunque también reserva un espacio para sus proyectos personales como Efemérides ilustradas de España, Herbarium o Flos Sanctorum.
Crudo Prints le propuso como temática ¿Ese es el camino?


Esta obra de la autora Irina Hirondelle realizada en 2025 es una reproducción digital de tamaño 30x42cm. La composición hace referencia a la temática de la obra: ¿Ese es el camino?
«Le estuve dando vueltas, porque lo primero que se me venía a la cabeza y me apetecía dibujar eran cosas que ya había dibujado: mujeres viajando solas, mochilas, mapas, naturaleza y montaña. Así que decidí darle una vuelta y pensar en el camino como ese sendero que va al otro lado. Llámalo muerte, llámalo mundo de los espíritus. Y ya de paso aproveché para llevarlo al terreno de algo que ya llevaba mucho sin dibujar y le tenía apetencia: la cosilla nativo americana. Por lo que pensé en un nativo, o nativa, en mitad de ese camino, pero que no estuviese claro si iba hacia él, o al revés, venía de él a visitar el mundo de los vivos. Una especie de búsqueda del regreso a "casa", sin estar seguro de si ese hogar queda delante o atrás. Si vas o si solo vuelves a él»
A través del universo imaginativo de Irina, viajamos a un anochecer, un paisaje que recuerda al Gran Cañón del Colorado, suroeste de Estados Unidos. Los pastos, habitados por los fantasmas de los bisontes que allí vivían, terminan en un poblado de cabañas en donde el pueblo descansa calentado por el fuego. Un hombre nativo sobre su caballo, parece haber recorrido el camino de ida o de vuelta a su hogar.
«Para darle ese toque mágico o de camino a otro mundo, a parte de la idea de que fuese incentivado por los colores que eligiese, que también tenía muy claro que quisiese que predominasen rosas y turquesas, como en una especie de aurora boreal, le añadí esas franjas con símbolos. Éstos los saqué de los "conteos de Invierno" (o winter count en inglés, o waniyetu wowapi en lakota); una especie de calendarios que algunas tribus de las llanuras (como los sioux, los kiowa o los mandan) fabricaban sobre pieles de animales, con pictogramas que indicaban eclipses, asaltos, batallas, sequías... o lo que ellos (que no tenían escritura, solo la tradición oral) considerasen destacable en el transcurso de ese año, que se contaba de un invierno a otro. En realidad solían usar solo un pictograma o evento destacable por año. Dos, como mucho. Y se designaba a un guardián en la tribu para que guardase, conservase y fuese añadiendo los símbolos del "calendario", cuyo título solía ser hereditario»
La parte superior de la escena, la ocupan los pensamientos y creencias del hombre: espíritus de serpientes, y pinturas en pieles, con escenas propias de su cultura; hombres a caballo, con lanzas, animales legendarios como el pájaro del trueno, etc. Todo ello nos habla de lo peligroso que es alejarse de todo lo que conoces o de este otro mundo. Por el contexto, el espectador podría interpretar que el hombre vuelve a su hogar o por el contrario, se aleja de él; una ambigüedad que la autora utiliza para no desvelar en que lugar del camino se encuentra el personaje, incluso llevándolo por derroteros más filosóficos como el tema de la "civilización". El triunfo de la civilización, como lo correcto e inevitable, es un tema que se ha desarrollado en la historia del arte y la literatura, sobre todo, en el S.XIX. Esos tiempos en los que miles de nativos fueron desplazados, masacrados, privados de sus tierras y animales, y recluidos en reservas, por los hombres "civilizados". Sólo hoy, revisando la historia, podemos comprender lo paradójico de los acontecimientos.
Irina es una artista muy curiosa, profundamente inspirada por la historia de las culturas, y el mundo natural. Es una artista que se documenta y obsesiona, como lo hizo con el mundo indígena americano al que llegó través de la literatura, desde muy joven. Esta obra, está representada con un romanticismo que ama lo pintoresco, y que encuentra en este caso en la nostalgia de un mundo perdido, ese sentimiento estético que llega a todos los espectadores. El uso de colores cálidos en la gama de los ocres, que dan un aspecto sepia, nos enlaza de nuevo a la nostalgia, mientras que los colores fríos se muestran muy vivos y dan un aspecto moderno a la obra. Las formas del paisaje nos recuerda a los cómics del género western, así como el resto de figuras nos recuerda al cómic europeo. Es original el uso del marco, donde el personaje parece estar en medio de dos mundos o dos caminos.
El camino a la civilización, o a un mundo, cada vez más tecnológico, moderno y deshumanizado, cada vez más lejos de lo natural y lo salvaje, es una cuestión que aún hoy nos inquieta. ¿Ese es el camino? Seguimos preguntándonos una y otra vez desde el principio de los tiempos, y aunque ya hemos decidido el camino, seguimos con la incertidumbre de habernos equivocado.